10 diciembre, 2006








Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera, si me pierdo de vista esperadme en la lista de espera, heredé una botella de ron de un clochard moribundo, olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo. (Magenta)


Era domingo y madrugó. Tenía por costumbre disfrutarse los días de descanso. Para él era distinto decidir no hacer nada. ¡ Ni pensar !. Tras su aseo, una ducha larga de agua muy caliente, decidió no afeitarse, su barba de cuatro días le sedujo por veinticuatro horas más. Al vestir eligió la ropa cómoda, despreocupada, que le permitía hacer lo que le apeteciese sin miedo a perjudicarla. Abrió la nevera, el frío y la escasez le dio prisas y prefirió un vaso de agua. Salió de casa. Fue en ese instante cuando supo lo que iba a hacer. Necesitaba un lugar elevado, muy elevado. Lo más próximo del cielo posible, pero que en un instante pudiera llegar al suelo en el que transcurría su vida. A media hora de su hogar, había un lugar propicio para su intención. Su acceso era tortuoso, alcanzar tanta altura en pocos kilómetros obligaba a negociar muchas curvas de un camino deteriorado. Detuvo su vehículo cuando a éste le fue ya imposible continuar, y se bajó. Olvidó deliberadamente el celular, la documentación, el dinero, y las llaves puestas en el interior. Un silencio ensordecedor le golpeó los tímpanos. Se supo sólo. Caminando hacia el precipicio valoró su existencia a grandes rasgos. Sin detenerse en lo diario. El viento era suave y poco frío, pero aún podía percibirse la presencia de aromáticas silvestres que tanto le fascinaba reconocer. Sin prisas llegó al acantilado, no quiso asomarse, se sentó con cuidado, se acercó al borde, dejó colgar las piernas y una sensación de flojedad le subió desde los talones hasta confundirse con la fría piedra. Alzó altiva la cabeza y olió el viento. Sus ojos alucinaron al percatarse de la distancia a la que se encontraban las casas, los pueblos, las demás montañas, el mar... la mar de los marineros, inmensa, azul. Una pequeña descarga eléctrica recorrió su médula. Y en ese instante fue Feliz. Se acordó de su voz. Pensó en ella. A lo que había venido. Diez minutos eternos fueron suficiente. Se alzó, dio la vuelta y regresó satisfecho.

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