18 abril, 2005

De vez en cuando

El lugar algo alejado, su situación discreta.
En la hoz de un río importante, con la humildad de su sencillez.
El agua no se vanagloria de serlo, su color es opaco.
Verde que refleja su hábitat, tranquila que muestra su paciencia.
Los árboles se mecen a la orden de una brisa que discurre curiosa por el valle.
El camino para llegar, olvidado casi de su uso, sigue sin querer evidenciar el acceso correcto.
Hospitalidad, tres personas reinan desde no se sabe cuando aquel paraje.
Quizá cientos de años, pues antes de ellas seguro que ya habitaban sus corazones allí.
Risa y alegría, y de vez en cuando una conversación de curiosidad e inquietud.
Más risas, buena comida, correcta, copiosa, honesta..... dulce sorpresa.
Sus cabezas enormes. Sus ojos grandes. El porte imponente. Tienen su vida.
Y nosotros, como dice Carlos, a cuenta de unos pocos trucos conseguimos que simplemente,
ni más, ni menos, nos concedan el lujo de enseñarnos su vida montados en su grupa.
La nobleza de los caballos, la sorpresa de su paseo.
El truco de creer que porque uno opina que manda, puede hacer lo que quiera de otro ser.
Luego el fuego tranquilo, la risa infantil, la charla sosegada.
Mi cielo, mis estrellas... los hago míos porque lo son, el cielo pertenece
a cada uno que lo mire.
Su silencio, el de ella.
Mi sosiego, el de haber tenido todo, sin haberlo disfrutado casi, sólo sabiéndolo.
La vuelta, su sueño, el de su hijo.
Me haré habitante de ese paraje, la memoria de mi corazón recurrirá a ese sitio...
de vez en cuando.

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