07 julio, 2007

Vida chocolateada


Había madrugado, le ocurría frecuentemente, pero ésta vez se sentía distinto, hizo lo que pocas veces hacía, quizá una vez cada par de años, fue al frigorífico, sacó un recipiente de leche, lo calentó un poco, le añadió poco azúcar y cosa rarísima le añadió también un par de cucharadas de colacao. Distraído se fue al salón, se sentó, encendió su portátil. Estaba cómodo, recién duchado y afeitado, en ropa de casa cómoda, se sentó en una mecedora que estimaba muchísimo. El sol le daba en la espalda, tibio aún, cosquilleante. Se puso las gafas y pensó. Voy a despedirme. Accedió a su blog. Se quedó en blanco. En ese mismo sitio le había cortado el pelo una vez. Volvió a ver el parqué con cabellos, volvió a notar sus manos trabajando su cabeza. Volvió a sentir su respiración muy cerca de su nuca. La relacionó con su respiración excitada en los capítulos de amor y sexo. Su sexo. No podía recordar su cuerpo. Ni su cara. Sólo vagamente, que era agradable. Pero el desamor lo empañaba. Decidió en ese instante dejarlo así. Invertir el proceso y convertir su rabia en indiferencia. Removió la taza que se había preparado y pensó... igual que se diluyen los grupúsculos de chocolate en el remolino de la leche, hacia abajo, inexistiendo... Así voy a entender su paso por mi vida. Estará dentro, desmenuzado, disuelto, ya irrecuperable, casi imperceptible. Habrá cambiado tan sólo el sabor de un vaso de un desayuno.

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