21 enero, 2007

Las cosas de la cordura...



Vivía en una inquietante confusión, ignoraba que eso le podía suceder y le costaba asimilarlo. No distinguía lo uno de lo otro, el suelo de las nubes, la luz de la luna de la del arco iris, pero lo que más le inquietaba era no saber en qué lado de su vigilia deambulaba su realidad, no distinguir si pensaba o si soñaba le resultaba extraño, ¡ Tal sensación le desbordaba! Le daba vueltas y vueltas... se cuestionaba con liviana lógica: Si sueño ¿Puedo no despertar? y si no sueño ¿Es esto un sueño?. Una y otra vez la intriga le ocupaba, porque lo que sucedía le implicaba definitivamente. Llegó un momento en que sus alborotadas neuronas dudaban a qué pensamiento atender... si maquinar estrafalarias ocupaciones como recortar papelitos y tirarlos desde lo más alto del infinito, o pensar en sus recientes besos, inimaginables hacía tan sólo unas horas. Era desesperante. Y se autoimpuso retomar la situación. Respiro profundamente. Parpadeó. De su retina acudieron una sonrisa y una mirada, de su tacto la caricia de sus manos, de sus tímpanos un leve suspiro ensordecedor, le sorprendió su aroma y en sus labios su sabor. Y repentinamente lo vio claro. Qué importaba si era de día o de noche. Iba a ser feliz en ambos casos. Y puso dos despertadores a la misma hora. Uno para despertarse si estaba dormido, el otro para irse a dormir si estaba despierto. Se duchó, se afeitó, se puso el pijama y se fué a la calle a pasear.

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